Antonio López Garcia. Fotografía de la naturaleza.

Antonio López Garcia. Fotografía de la naturaleza.
Buscando amigos

jueves, 18 de agosto de 2011

En perpetuo desafio de la "ley de la gravedad".


 Para profanos y entendidos, no deja de ser extremadamente sorprendente la capacidad de convocatoria que poseen estas magníficas aves.

 Pocas aves de vocación tan velera como el buitre leonado

 Partiendo de la base de que todas estas imágenes son encuadre original, coincido con cualquiera que quiera pensar que esta en concreto es producto de una chiripa.

NIKON D3
AF-S NIKKOR 500 f/4D IF-ED Y 200-400f/4D IF-ED VR.
RAW-NEF ISO-800 1:400s a f 5,6
HIDE, TRIPODE Y CABEZA FLUIDA SACHTLER
TODAS ENCUADRE ORIGINAL

En busca de algún humedal.


Cigüeña negra saliendo de un estanque casi seco.

La cigüeña negra (Ciconia nigra), es un ave muy dependiente del agua, por lo que a medida que el estío va secando las zonas donde se alimenta habitualmente, se ve obligada a buscar otras nuevas y mas expuestas. Por lo que en esta época empieza a no ser raro verla incluso, en charcas muy próximas a zonas frecuentadas por el ser humano, zonas que ordinariamente prefiere evitar.

Tan cerca de mi.


Cervatillo con su madre.

NIKON D3
AF-S NIKKOR 500 f/4D IF-ED RAW-NEF ISO-800 1:800s a f 9
HIDE, TRIPODE Y CABEZA FLUIDA GITZO

sábado, 6 de agosto de 2011

Un modesto aprendiz de chamán

El despertar de los sentidos.

Un enigmático y siniestro charco de plumas, informes jirones de piel y un calcinado esqueleto del que ni tan siquiera un baño de sosa lograría sacar mayor lustre. Descansando todo a los pies del mutilado cuerpo de un viejo, cansado y enfermo alcornoque, cuyos sentidos tal vez sean mudos testigos de mil y una epopeyas acaecidas en aquel mismo lugar perdido en lo mas secreto e intimo de la basta dehesa. Son el testimonio claro de uno de los espectáculos más viejos, repetidos e impresionantes de la Naturaleza.
Este maravilloso códice natural, me estaba contando en la más milenaria y universal de las lenguas, de la que tan solo nuestros ancestros tenían la capacidad de interpretar con absoluta claridad, que allí había ocurrido algo que por repetido, no dejaba de ser extraordinario. Que allí se acababa de celebrar la más desenfrenada e inconcebible bacanal que podamos imaginar. Que allí surgida de la muerte, se había representado la más explosiva e inaudita manifestación de vida. Que allí, buitres leonados, buitres negros, alimoches, milanos reales y negros, cuervos, e incluso zorros y asta ¿Quién sabe?, si algún águila real que pasando por la zona en aquel preciso instante y prescindiendo de su noble y real abolengo, decidiera unirse al festejo, habían protagonizado una vez más, la inmutable ley de la transmutación y regeneración de la materia.
Sumergido en estas y otras consideraciones, envuelto por un sepulcral y atemporal silencio, sentía que allí todo me hablaba. Cada hueso, cada jirón de piel, cada pluma, todo, antes de fundirse en la aparente nada, antes de restituirse al gran depósito  de la materia indiferenciada, parecía querer transmitirme su particular experiencia de la vida expresada a través de la forma.
De la fúnebre exposición, una enorme rémige primaria, desprendida sin duda del ala de algún gran buitre presente en la refriega, prisionera de la escasa hierba que la horda de mastodónticos necrófagos había indultado, y que era suavemente mecida por la tímida brisa que hacía discretamente soportable la calurosa jornada, llamó mi atención, y asiéndola con fuerza en mi mano, como si inconscientemente, quisiera exprimiéndola, extraer toda su esencia, y sin apenas darme cuenta,  poco a poco fui perdiendo contacto con la realidad y mi imaginación se vio atrapada en un largo y mágico viaje chamánico, por los altos, fríos y neblinosos cantiles donde anidaba, por los amplios y lejanos horizontes donde a diario patrullaba; tierras de labranza decoradas con antojadizos mosaicos vegetales de abstractas líneas y caprichosos colores; extensas praderas repletas de ganado vacuno, ovino y porcino; enormes cuadras, casas y plazas, y profundas cicatrices de asfalto y graba; elevadas e inaccesibles montañas; cuencas de adormecidos ríos y también embravecidas cascadas. Dios santo, ¿Qué no habrá visto esta humilde e insignificante pluma?
Fue entonces que el mazazo cruel del ardiente sol de la media tarde, me devolvió a la áspera realidad, volví a sentir el pesado lastre de la gravedad, la molesta sensación de que la tela se me pegaba al cuerpo empapado en sudor y me impedía no solo ”volar”, sino incluso algo tan prosaico como caminar. La garganta y el paladar debido a su extrema sequedad, no me permitían ni el leve consuelo de romper el silencio en aquella maravillosa soledad. Y es que de verdad, necesitaba gritar, gritar de impotencia al sentir tan limitado el entendimiento y la razón, tan limitada la posibilidad de sentir y de interpretar, y sobre todo, tan limitada la capacidad de transmitir.

 En los tórridos días de los meses más calurosos, si desconfían, mientras se aseguran de que no corren ningún peligro, es normal que se protejan del ardiente sol a la sombra de los grandes árboles próximos a la carroña.

 Los primeros en descubrir y llegar al codiciado botín, no es del todo extraño que den varias pasadas antes de descender.

 Impresiona verles, e incluso más oírles descender a los buitres, por la enorme velocidad con que lo hacen. Esto evidencia el extraordinario dominio que poseen del vuelo pese a sus enormes proporciones.

 Las escaramuzas y amenazas se suceden durante casi toda la concentración, o por lo menos hasta que no quede absolutamente nada comestible del cadáver, que acaban con increíble rapidez.

 Los movimientos de aproximación de los buitres leonados a la carroña, cuando no se sienten muy seguros de si mismos pueden llegar a resultar realmente aparatosos y cómicos.

 La extrema agresividad es una constante  mientras dura la pitanza, y está determinada por el grado de ansiedad que les provoca el hambre. A medida que van llenando el estómago, la agresividad va disminuyendo.

Una táctica inteligente suele ser extraer lo que se pueda desde la retaguardia, o algún costado desprotegido o poco vigilado, sin entrar de lleno en el reparto, que aparte de muy escandaloso suele ser bastante violento.

 Las "melés" que se forman suelen alcanzar proporciones realmente increíbles, como increíble resulta que en esas condiciones puedan llegar realmente a comer algo. Aunque lo auténticamente cierto es que cuando se descubre el cadáver, de el, solo quedan los huesos y poco más.

 Con frecuencia quienes ya han logrado un bocado se ven obligados a salir de debajo por el centro de la "melé" como si esta fuera un volcán en erupción para no ser asfixiados o aplastados por el peso de sus congéneres que se hacinan sobre ellos.

A pesar de su extrema desconfianza, retratarles con una óptica gran angular o normal, es posible gracias al control remoto, aunque pueden escuchar el sonido del obturador si no estan entretenidos o haciendo mucho ruido, y esto es motivo suficiente para provocar la desbandada en masa.