Antonio López Garcia. Fotografía de la naturaleza.

Antonio López Garcia. Fotografía de la naturaleza.
Buscando amigos

lunes, 19 de diciembre de 2011

Con la niebla en las pupilas.










 Garceta grande (Egretta alba)

La garceta funde su inmaculada y espectral silueta con la caprichosa niebla, que la oculta a veces, y a veces la desvela, cual si de un mágico y encantador hechizo se tratara.

martes, 13 de diciembre de 2011

Que exigua recompensa, para tan arduo trabajo.


  Zarza de Granadilla 09/12/11
Grulla babiendo del agua acumulada en un pequeño agujero del terreno.

 Zarza de Granadilla 09/12/11.
 Grulla en actitud de secarse el plumaje.

 Zarza de Granadilla 10/12/11.
 Típico grupo familiar.

Viernes 9 de diciembre de 2011, mientras preparaba el hide en una zona alejada de los circuitos habituales de los cazadores para que no me molestaran en mi obligatoria cita de todos los años con las grullas, recordaba la primera vez que afrontaba este desafío, después de que en una conversación mantenida con la gerente del Ceder Cáparra, Carmen Luque,  que me pedía unas imágenes de grullas como animal mas emblemático y representativo del pantano de Gabriel y Galán en Trasierra tierras de Granadilla, para presentar en el stand de esta comarca en la concentración ornitológica internacional que se celebra todos los años en el parque nacional de Monfragüe, en Villarreal de San Carlos y yo que por aquel entonces, estaba plenamente volcado en la fotografía de alta velocidad, no disponía de ninguna.

Después en “A las puertas del paraíso” lo relataría de esta manera.

Viloria. Zarza de Granadilla. Muy próximo al pantano de Gabriel y Galán. 17 de Noviembre de un año casi glaciar. Las 5h 45min de la madrugada. 5º bajo cero. La luna brilla por su ausencia. Oscuridad total. Campo a  través. 2ª corta. La ventanilla del todo terreno abierta de par en par pese al frío demoledor, en un desesperado intento de escuchar el terreno que piso para no caer en la trampa de quedarme totalmente varado en un lodazal, como ya me ha sucedido en otras ocasiones. Y totalmente desorientado. Esto es lo que cualquiera calificaría de un buen comienzo.

Ayer, poco antes del crepúsculo, guiado por el escandaloso vocerío que emiten estas hermosas aves cuando inquietadas por cualquier motivo dan la voz de alarma, no me resultó nada difícil localizar el enclave ideal para instalar el "hide" en una zona donde había gran cantidad de plumas y excrementos que lo evidenciaba como muy querencioso, y donde ya había observado a prudencial distancia, habituales concentraciones de grullas. Incluso,  me apliqué con especial interés en el estudio y planificación de la mejor vía de acceso motorizado, para no perder tiempo en la aproximación del día siguiente, ni ser víctima de ninguna sorpresa desagradable, que diera al traste con mis intenciones.

Pero alguien sentenció alguna vez, que "de noche todos los gatos son pardos". Y así fue como al poco de dejar la pista y pisar la helada y quebradiza hierba en pleno encinar, me desorienté y perdí el rumbo. Lejos de emplear el precioso tiempo en inútiles rodeos a bordo del vehículo para reencontrar el camino, adopté una actitud salomónica. Dejé el coche con las luces encendidas para su posterior localización, y linterna en mano inicié la búsqueda a pie. En la aceleración del momento, con la preocupación de que no me iba a dar tiempo de hacer todos los preparativos oportunos, y pese a que crujía la escarcha helada bajo mis pies y el vaho de mi respiración se condensaba a la tenue luz de la linterna, incluso antes de que lo exhalara por completo, no tuve conciencia real del intenso frío que hacía y del día que me esperaba.

Lo cierto es que no tardé mucho en localizar el lugar elegido el día anterior, y una vez recuperado el vehículo, me encaminé hacia él dispuesto a preparar un aguardo perfectamente camuflado con ramas y grandes planchas de corcho muy abundantes por la zona, que desprendidas de los troncos de los alcornoques enfermos y caídos, se pudrían por todas partes.

Esta es una penosa e inquietante situación que vienen soportando los alcornocales de la zona desde hace tiempo, que aquejados de una extraña enfermedad, y la falta de cuidados, los seca, mutila y acaba por derribar. con el dramático resultado que ello supone para el delicado equilibrio de este ecosistema de las dehesas extremeñas, donde las grandes aves, mamíferos y reptiles dependen por completo de estos colosos del reino vegetal.

Según iba montando y camuflando convenientemente el escondite al amparo de la deslumbrante luz de los faros de mi coche, me sorprendieron tímidas pero inexorables, las primeras luces del día, y con ellas las voces inquietantes de las grullas mas madrugadoras que ya se desplazaban en grandes bandos a colonizar las dehesas mas próximas a sus dormideros y con mas abundancia de alimento.

Temiendo que alguna de aquellas primeras formaciones decidiera descender en aquel preciso lugar para pasar el día, finalicé todo el montaje con claras muestras de nerviosismo, y retiré el vehículo a prudencial distancia, para que en modo alguno delatara mi presencia.

Al poco de instalarme en tan "confortable" habitáculo, empecé a experimentar el cruel azote del frío, solo atenuado de vez en cuando, por la dulce y cálida esperanza, de que alguna de aquellas escasas grullas que en el transcurso del día habían ido descendiendo justo por detrás y a considerable distancia del lugar y orientación, que yo con tan escrupuloso y meditado juicio había elegido, se pusieran a tiro antes de que desapareciera la luz.

Entre tanto, no dejaba de escuchar desde mi frío y desangelado escondite, el lapidario tañir de las campanas de la cercana iglesia de Zarza, que cantaban hora tras hora con exactitud germana, el inexorable paso del tiempo, sentenciando la jornada y con ella todas mis aspiraciones sobre esta especie. Y una vez más, resignado, me consolaba viendo una y otra vez, las pocas, lejanas y mal iluminadas imágenes que había logrado, que para nada hacían justicia ni describían la belleza y majestuoso porte de este espléndido visitante invernal.

De pronto, justo antes de que declinara por completo el Sol, con los últimos rayos de luz casi horizontales sorteado el obstaculizado monte plagado de encinas, y como queriéndome compensar por la larga y penosa agonía a la que me estaban sometiendo mis pobrecitos pies helados, sin apenas advertir como ni cuando, empezaron a aproximarse y rodearme, quedando a tan escasísima distancia que me resultaba difícil componer y encuadrar su imagen, sin cortarlas pies o cabeza.

Creo que olvidé al instante hasta de respirar. Me temblaba el dedo sobre el disparador, y desde luego que ahora no era del intenso frío que aún hacía. Y solo temía que algún ejemplar no controlado se diera cuenta de mi presencia y rompiera con una voz de alarma el singular hechizo del que estaba siendo objeto.

Afortunadamente, hasta que esto se produjo, muy avanzada la tarde, pude incluso dejar de prestarle atención a la cámara y dedicarme única y exclusivamente a disfrutar de aquel mágico, memorable e irrepetible instante.

martes, 6 de diciembre de 2011

Con los primeros rayos del Sol.








Macho de corzo. (Capreolus capreolus)

Recién ganada la batalla a la densa y fría niebla, el Sol se dispone a fundir y disipar la helada, cuando el impetuoso macho de corzo sale a inspeccionar su feudo, sin que la reciente y periódica pérdida de sus atributos para la lucha, le amedrente lo más mínimo. Sin las afiladas saetas frontales que le caracterizan, y que muy pronto regenerará, pero tan arrogante y seguro de sí mismo como cuando hasta hace bien poco aún las tenia, pasea orgulloso y vigilante para que nadie usurpe su territorio.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Tensión en el ambiente



































Hembra de corzo

Cruzar a campo abierto no es seguro ni al amparo de la niebla.
Secuencia realizada en Hermosilla (Burgos)

NIKON D3. AF-S NIKKOR 600 f/4G ED VR + TC14.
 RAW-NEF ISO-400 1:500s a f 5,6
HIDE, TRIPODE Y CABEZA FLUIDA SACHTLER

jueves, 1 de diciembre de 2011

Caminando a ciegas.








Corzo hembra (Capreolus capreolus)

Recelan las jóvenes corzas del más leve “clic” que surja de entre la densa e inquietante bruma, por si este fuera el sonido fatal del gatillo, preludio del mortal estruendo que precede a la bala que acabe con su “existencia”.
Tensa la musculatura, erguidas y atentas las orejas, y jadeantes por el esfuerzo de huir de los fantasmas que crea con su envolvente manto la persistente niebla, cruzan como el que tira una moneda al aire jugándose en ello la vida, los ralos rastrojales de las tierras de labor que separan un monte de otro, donde entre su frondosa vegetación buscan refugio y se sienten realmente a salvo.