El águila pescadora (Pandion haliaetus) accede a lo más inaccesible de un gran arbol para acicalarse después del baño.
Antes de emprender el vuelo de nuevo, tendrá que proceder a un meticuloso cuidado de sus plumas.
Una por una las irá peinando y dejando en perfecto estado para el vuelo y la inmersión.
Asustado por la inesperada llegada de la pescadora levanta aparatosamente el vuelo este cormorán.
Perfectamente adaptada para la pesca en superficie, no duda en zambullirse si lo considera necesario.
Las idas y venidas de la pescadora también altera a los de por sí bulliciosos e inquietos estoninos pintos.
Empezando siempre por la cabeza, tardará casi dos horas en dar buena cuenta de este hermoso botín.
Sin abandonar su presa, inquietada por alguna presencia, aveces se ve obligada a terminarla en otro lugar.
Mucho más discretas, las fochas sorprenden aveces por sus aparatosas carreras sobre la superficie del agua.
A punto de finalizar el año, se me ocurre realizar un obligado repaso a la actividad zoofotográfica desarrollada en su transcurso. Y como
consecuencia, me asalta una extraña sensación de inquietud. De que algo se me queda olvidado en el tintero. Algo que tiempo atrás me había planteado acometer cuando llegara el invierno y que se me estaba pasando por alto.
Nada que ver con esta
inquietud que tanta desazón me estaba provocando, recordé que el pasado año por
estas fechas, dediqué una soleada y fría mañana de domingo a pasear por las apacibles soledades de las marismas de Santoña, que me dejó muy buenas y agradables
sensaciones, que me gustaría repetir. Y fue entonces cuando de repente, me vino a la mente la bella
imagen de la reina de la marisma, el águila pescadora, el pandion haliaetus.
Sin duda uno de sus visitantes invernales más esperados y distinguidos.
Esa era sin duda la asignatura pendiente, eso era lo que en el fondo de mi ser me tenia tan inquieto y preocupado. Me había
propuesto que este año, llegado el momento, intentaría fotografiarla de nuevo. Y se me había olvidado.
No había tiempo que perder,
miré cuando la había fotografiado por última vez el pasado año y pude comprobar
que ya andaba tarde, porque en Diciembre debido a la poca agua acumulada en el
lugar donde yo la solía observar a poca distancia, cambió de zona y ya no me
fue posible acercarme lo suficiente. No obstante para esta ocasión, no perdí el
tiempo en comprobaciones ni observaciones pre-fotográficas, no había tiempo. El fin de semana
siguiente me fui decidido, y con el convencimiento de que la iba a encontrar en
el mismo lugar de siempre pese a lo avanzado y seco del invierno. Y
directamente sin más preámbulos instalé el escondite al pie del posadero que ya
conocía de otras veces y me limité a esperar. Pasó el tiempo, y la espera se
hizo bastante amena gracias a la buenísima temperatura con que nos han
sorprendido estas fechas y a que de vez en cuando, medio me despertaban de mis
ensoñaciones, fochas, cormoranes, y estorninos, que en grandes bandos estos últimos iban sin
rumbo aparente de un lado para otro. Y cuando ya empezaba a desesperar y plantearme que si
no aparecía mi tan anhelado personaje, tampoco hubiera tenido nada mejor que
hacer esa cálida mañana de Diciembre, de pronto, casi sin darme tiempo a reaccionar, apareció como
surgida de la nada con una enorme presa sujeta del poderoso cepo que formaban
sus largas y afiladas garras, de la que pude constatar que empezando a devorarla por la boca, excepto lo que vulgarmente llamamos las tripas, no dejó
absolutamente nada, incluidas las aletas, en un largo y trabajoso esfuerzo que le
pudo durar aproximadamente dos horas.
Naturalmente que al día
siguiente no pude resistir la tentación y aparecí por el mismo lugar y con la
misma intención, fotografiar una zambullida, pero creo que pese a
repetirse las mismas escenas del día anterior, retratar el lance pesquero
propiamente dicho va a tener que esperar para otra ocasión.
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